martes, 11 de enero de 2011

PREGÓN DE LA NAVIDAD 2009

Pregón de la Navidad en Gran Canaria

Juan José Laforet

Casa de Colón. Las Palmas de Gran Canaria
2 de diciembre de 2009



En el canto del canario
pongo toda mi garganta
pa cantarle al Niño Chiquito
unas coplitas al alba.

Canta el mirlo,
canta la rana
que el Rey de los Cielos
nos trae la Nochebuena;

cantando y cantando
te vengo yo a traer
dos camisolas y unos pañales
que hoy es día mayor,
es la Navidad.

Caminito del Portal
voy furrugueando mi timple,
al compás de unas chácaras,
que quiero que todos sepan
que ha nacido el Redentor.





Con sonoras campanas,
con trinos y arrullos,
con villancicos y panderetas,
canta Gran Canaria cuando luce la aurora,
que la Luz de los cielos ya ha llegado
y tiene por cuna un hermoso volcán.

Cantan los cuatro vientos,
canta la mañana
cantan pastorcillos y marineros,
cantan los viejos barrios,
pueblos, villas y lugares;
canta el Roque Nublo,
que luce como un lucero,
que anoche, en un pobre pesebre,
con pocos pañales y mucho calor,
ha nacido el Niño Dios.



La Navidad, alzada sobre los siglos, nos llega un año más.
De nuevo nos llega como algo íntimo, personal, ligado al orbe de nuestros sentimientos y recuerdos, pero también como una realidad casi ineludible, engarzada en el día a día de nuestras relaciones familiares, laborales y sociales.
De la Navidad, de las tradiciones que la señalan, de las costumbres que la rodean, de la estética que la envuelve, tenemos una percepción que creemos muy definida, clara y firme en nuestras convicciones y, sin embargo, una y otra vez se nos presenta con ciertas contradicciones, pues su carácter eminentemente religioso, hoy se transforma, en el ámbito de cultura de la globalización, en unas celebraciones de carácter cívico, de celebración de los valores de la solidaridad, la hermandad entre los pueblos del mundo, el amor y la paz.
Pero eso es en el fondo, y junto al hecho religioso en sí, lo que la Navidad, lo que el nacimiento de aquel pobre y sagrado infante, traía consigo como mensaje principal, aunque luego, a lo largo de veinte siglos se lo haya revestido - y, por desgracia, disfrazado muchas más veces de los debido – de muy diversas maneras.
La Navidad hoy en este mundo globalizado por los medios de comunicación y por un consumismo rampante, verdadero santo y seña de una civilización, nos parece una celebración que se festeja y se disfruta de igual forma de norte a sur que de este a oeste. Y puede que sea verdad en una cierta y amplia medida, pues algunas pautas de comportamiento y algunas costumbres se han difundido y han arraigado gracias a esos dos grandes hechos, la comunicación y el consumo, lo que ha permitido que también perdamos la perspectiva de lo que, durante siglos, contribuyó a que esta fiesta, con su mensaje tan sagrado y trascendental, arraigara profundamente en el seno de pueblos y culturas muy distantes y diferentes: su vinculación al conjunto de tradiciones y costumbres de cada uno de ellos, como forma de entender, asimilar y expresar algo que servía para mostrar sentimientos y convicciones muy profundas y propias.
Y es que la Navidad, poco a poco, al rodar de los siglos, se convirtió en una fuente de expresión artística y popular, en especial cuando aquellas antiguas representaciones teatrales en templos, plazas y hogares, conocidas como “autos de nacimiento”, se transformaron en escenas inmovilizadas en figuritas y escenografías de madera, corcho y ciertos elementos naturales, “los nacimientos” ó “belenes”, a cuya implantación contribuyó mucho en tiempos medievales San Francisco de Asís y los frailes que continuaron su obra –quienes posiblemente también los trajeran a nuestra isla, a través de aquel convento franciscano inolvidable, hoy parroquia en la Alameda de Colón-. Poco a poco estas escenificaciones del nacimiento de Jesús de Nazaret tomaron caminos muy diversos, como los rituales, festejos y tradiciones que se imponían junto a ellos, desapareciendo en muchos lugares donde se imponían otras formas, como un árbol lleno de luces ó la advocación a San Nicolás (lo de “Papá Noel”, vino mucho mas tarde y a través de la publicidad comercial de cierta marca de bebidas gaseosas).
En muchas poblaciones europeas los nacimientos llegaron a ser verdaderas obras de arte, ambientados en representaciones de palacios renacentistas, como los afamados belenes napolitanos, o en una estética de lujo orientalista, construidas de forma racional y lógica. Sin embargo, en España, la Navidad, la representación de sus nacimientos, caló muy hondo en lo popular, en lo devocional, y se convirtió en una forma mas de expresión de las diversas manifestaciones culturales y tradicionales de sus pueblos, enraizadas en su propio folclore, que los sintieron como algo propio y emotivo, con un diseño que surgía del corazón, del pálpito de los sentimientos.
Aquí, en Gran Canaria, ocurrió algo similar, por lo que pronto encontramos manifestaciones artísticas y populares, así como usos y costumbres, que nos dan una Navidad con verdadero sabor propio, con un aire isleño peculiar que anuncia los belenes desde la costa a las cumbres, según nos lo relataron en sus crónicas y libros autores como Domingo J. Navarro, Eduardo Benítez Inglott ó José Miguel Alzola, el primero testigo directo de la Navidad isleña del siglo XIX , el segundo a caballo entre los dos siglos y el tercero de la del siglo XX.
Y en todos ellos, en sus recuerdos y en los nuestros, aparecen imágenes evocadoras que nos llevan al viejo Puente Palo a comprar musgo y helechos para el nacimiento –algo que también rememoré el pasado domingo 29 en esa magnífica iniciativa de un mercadillo de de venta de figuras y complementos para el Belén, en fin, lo que en otros lugares se conoce como “mercado de Navidad”, en la trasera de la Catedral, auspiciado por la nueva Asociación Canaria de Belenistas “San Juan de Dios” que sigue la ruta del inolvidable belenista grancanario D. Jorge Lorenzo Rivero-, a que retorne a nuestros oídos las notas inconfundibles de la Misa Pastorella del Maestro Valle en la Misa del Gallo en la Catedral, al aroma de los viejos obradores que, desde finales de noviembre, ya horneaban sabrosísimos pasteles de carne, ó a que surja en nuestros corazones un indeleble “cantar de Navidad”.

Caracola a caracola
por la orillita del mar,
arrulla la brisa
al niño chiquito
que nos trae la Navidad.

De los pinares a las medianías
el jilguero canta sin cesar,
es medianoche
y el Rey de los Cielos
ya está en este isleño Portal.
Vereda, veredita,
llévame a mi también,
que ha nacido la esperanza
en un Portál de Belén.

Por la isla y por la mar
vienen corriendo para adorar
al Niño Jesús marinero
que ya quiere navegar.

Caracola a caracola
por la orillita del mar,
arrulla la brisa
al niño chiquito
que nos trae la Navidad.


Y es que en estas fiestas, en Gran Canaria, se percibía a flor de piel una inquietud especial en niños y mayores; no era cuestión de grandes compras, o de regalos, que entonces se daban sólo por Reyes, sino de la expectación que se creaba ante unos días que se vivirían de forma muy diferente y que, desde noviembre, ya anunciaban los "ranchos de cantadores" por las calles de muchos pueblos y localidades, y que, como nos dice el propio Domingo J. Navarro, “en toda la temporada de Pascua (…) cantaban romances con panderos, repiqueteo de asadores, sonajas o cascabeles…”. Un ambiente íntimo, sentido, que nos reflejó deliciosamente Luis García de Vegueta en una de sus crónicas:
“El nerviosismo de los chicos presagiaba la época de construir el nacimiento.
-¿Empezamos ya, papá?
Una y otra vez el padre habría de recomendar paciencia. Aún estaba lejos la Navidad.
- Todavía no; ya les avisaré”.

Y es que aquí los nacimientos comenzaban a montarse alrededor del día de la Inmaculada, y se diseñaban y se instalaban en muchas casa, en una labor que congregaba a toda la familia; se utilizaba musgo fresco, raíces de cañas, algunas plantas y piedras, así como los corchos, el papel cartón, y las figurillas que, generación tras generación, daban vida al "nacimiento" familiar estaban confeccionadas, muchas de ellas, por artesanos isleños desde siglos atrás, como las modeladas en Teror en el siglo XVIII, con vestimentas usuales en la isla por aquel entonces, que hoy son parte de una colección singular de D. José Miguel Alzola que ahora podemos disfrutar expuesta en el Museo Diocesano. Luego se visitaban las casas de amigos y parientes para ver sus nacimientos, así como los que se mostraban en algunas iglesias, instituciones y plazas, entre ellos el del Hospital de San Lázaro, el del Hospital de San Martín y ya mucho más avanzado el siglo XX el del Parque de San Telmo y el de la Casa Asilo de San Antonio, o los de afamados belenistas particulares como D. Santiago Tejera, Doña Juanita Wood en Triana, Don Francisco Manrique en Vegueta, D. Juan Melián en el comienzo de la calle de Los Balcones –cuya tradición continúa en la actualidad espléndidamente su hijo Gonzalo-, o los de D. Antonio Montenegro, D. Juan Francisco Apolinario, en su casa de la Playa de Las Canteras, o el de Doña María Bornay de Beltrá, entre una larga saga que contribuyeron a que esta afición arraigara enormemente en la isla, y que todos siguieran siendo, como ya señalara D. Domingo en sus “Recuerdos…”, “objeto de continuas entradas y salidas para satisfacer la curiosidad hasta el día de la Candelaria que terminaba el largo visiteo”, siendo centro y motivo principal de lo que era la Nochebuena isleña:

Nochebuena, Nochebuena
alegría en el telar;
silencio en el establo
que va a nacer el Niño
y los pañales aún no están.

Por la montaña de Las Palmas
trota un borriquito,
viene de Los Tirajanas
camino de Bandama,
y de mucho mas allá;
viene con prisa
que va a nacer el Niño
y le quiere acompañar.

En la Atalaya
la vaca muge inquieta;
por el Monte, entre lentiscos,
los canarios despiden la tarde;


el timple
presiente la Nochebuena,
en que va a nacer el Niño
y le tendrá que cantar.

Nochebuena, Nochebuena,
entre viñedos y parrales
proclama la medianoche
que el Niño Dios ha nacido
¡María, que ya es Navidad!

Al pregonar y proclamar hoy que ya llega la Navidad del año 2009, que ya se abren los nacimientos, que “todo canta con amor en estas Islas Canarias al Niño Dios Redentor”, y celebrar la constitución de la nueva Asociación Canaria de Belenistas “San Juan de Dios”, en recuerdo y homenaje de esta congregación hospitalaria que, desde hace décadas también nos ofrece un espléndido nacimiento, que hace las delicias de todos y muy especialmente de los niños que atienden y educan en su centro, que vemos coronando las laderas que bordean el sur de esta capital, y donde este año también montará su nacimiento la nueva Asociación belenista, debemos tener un especial recuerdo para un belenista destacado, D. Jorge Lorenzo Rivero, que montaba su nacimiento con magníficos efectos de luces y sonidos y que, año tras año, llevaba a muy diversos lugares en el Puerto, en la calle Mayor de Triana, en la de Viera y Clavijo, en el centro comercial de Las Rehoyas o en las instalaciones de INFECAR; siempre preocupado por colaborar con otros belenistas, con los que compartía sus técnicas y conocimientos, logró establecer una Asociación de Canaria de Belenistas, gracias a la cual pudo recuperar el tradicional nacimiento del Parque de San Telmo, que entorno a 1994 llevaba ya casi 10 años sin montarse, siendo muy echado de menos por toda la población, y hasta logró que se llegara a publicar una primera “ruta de los belenes”, que fue muy seguida. D. Jorge Lorenzo Rivero, siempre amable y servicial, se nos fue a su eterno nacimiento, el 17 agosto de 2002, pero nos dejó una estela y una semilla que hoy fructifica de nuevo en el seno de los belenistas isleños. Ante los destellos de la luz que nos dejó con su obra y quehacer belenista se nos enciende ahora la de una radiante “farola de Navidad”:

¡Farola marinera!
agita tu mano
que ya llega la nochebuena.

Olas cantarinas,
las espumas como sendero,
entre arrullos de caracolas
y los cantares del viento,
la barquilla pesquera,
como cuna mecida incesante
en la inmensidad de la mar,
de Lanzarote al Hierro,
de La Gomera a La Palma,
lleva y trae pastorcillos de coral
en este belén marinero.

¡Farola de la medianoche!
tintinea con fuerza tú luz
que ya viene por los caminos
en su tierna desnudez,
un niño marinero;
el Niño bendito de la Navidad.

También eran, y son, ingredientes fundamentales de las Navidades isleñas la música y la gastronomía.
En lo musical podemos resaltar la existencia de muchísimos villancicos de aire netamente canario, unos anónimos y otros con música y letras de afamados compositores y poetas insulares, entre ellos Teobaldo Power o Santiago Tejera, así como composiciones sacras, entre ellas la seguidísima “misa pastorella” del maestro Bernardino Valle, que se escuchaba en la Catedral de Canarias cada Nochebuena y se repetía el Día de Reyes. Tampoco al pregonar la navidad laspalmeña podemos dejar de resaltar como el que fuera el primer gran poeta canario, Bartolomé Cairasco de Figueroa, de quién el próximo año se conmemorará solemnemente el 400 aniversario de su fallecimiento, acaecido en octubre de 1610, también fuera el primer gran compositor de villancicos isleños; este culto sacerdote era un músico notable, autor de chanzonetas y madrigales; había sido cantor de la Catedral, y muy posiblemente era tañedor de tecla y rabel. Ocupó cargos eclesiásticos cada vez más importantes, llegó a ser Secretario y Maestro de Ceremonias de la Catedral, en cuyo ámbito acogía con especial énfasis las de Navidad.
Por ello, en el entorno de este barrio veguetero, en el que él también Cairasco vivió y disfrutó la Navidad, a la vera misma de la Catedral de Canarias, cuando los integrantes de la Agrupación Musical La Trastienda ya disponen sus instrumento para regalarnos con bellas canciones propias de este tiempo que hoy proclamamos y ellos contribuirán a pregonar, no es extraño que en nuestros labios brote el murmullo de un nuevo villancico:

¡Inmensa noche oscura!
Murmullo de timples
eucaliptos al viento,
entre viñas y lagares
ya suenan los panderos.
Del arrabal surge el grito
fecundo de frío y llanto,
de la fuente
sólo emana la alegría.
La cuna de dorada y fina arena,
el sonajero de latón
y la Madre que entona el arrorró.

¡Niño, en Canarias
también has nacido!
Aquí oro, incienso y mirra
no tenemos,
pero si una alpispa
que te arrulle en Nochebuena.

¡Inmensa noche oscura!
Canción de cuna
que se perdió
después de
no haber sido hombre.



Sangre que corre
por el barro cocido
en el fuego de los sueños
bajo el horno de la noche

¡Niño, en Canarias
también has nacido!



En lo gastronómico recordar simplemente, cuando ya todo proclama que las fiestas navideñas llaman a las puertas, ventanas y postigos, por Vegueta y Triana, por La Isleta y San Cristóbal, por muelles y caminos, por viejas calles y modernas avenidas, que nunca la sencillez de la gastronomía restó brillantez a las celebraciones navideñas, pues, además, “los días de Pascua hasta Reyes eran de obligados y recíprocos banquetes”, en los que siempre resaltaban, a parte de la cazuela de gallina, el cabrito, ó algún cordero lechal, los pasteles de carne, el queso de cabeza de cerdo, las truchas de batata ó de cabello de ángel, los dulces de almendras en sus diversas variedades insulares ó incluso los arquetípicos “huevos moles”, el mazapán de Tejeda y los biscochos de Moya.
Si ya en la navidades de 1953 el cronista Luis Benítez Inglott resaltaba como “ahora, en los tiempos que vivimos son muy distintas las características del día de Navidad en nuestra urbe”, que no podríamos decir cuando nos adentrarnos en el cauce del siglo XXI. Sin embargo, pese a que todo ha cambiado muchísimo, a que el consumismo y las formas globalizadotas también han dibujado el escenario de nuestro acontecer cotidiano, creo que en el trasfondo de todo ello, en el fondo de los corazones de los grancanarios, bulle aún un sentir de siglos, un pálpito de tradiciones isleñas, una llamada íntima que con nuestro cantar anuncia y felicita la Navidad grancanaria.

Caracolas de plata, lucecitas del cielo,
¡Gran Canaria es un Belén!
De la costa a la cumbre
se escuchan ya cantares
que el Rey de los Cielos va a nacer.



La campana de El Palmar,
entre trinos y arrullos,
con sentires isleños
y aromas de playas y pinar,
anuncia la nochebuena,
con su Luz de la Navidad.

Ayer y hoy de unas celebraciones propias y universales, de unas fiestas en las que debe prevalecer, junto a lo religioso, el espíritu de amistad, de entendimiento, de identificación con las propias costumbres, el valor que se daba a los buenos deseos, la falta de interés material. Recordar el ayer nos ayudará a percibir mejor la Navidad actual, tan llena de hábitos y pretensiones que no se ajustan a su verdadero sentido, al menos aquel que aprendimos de nuestros mayores y ellos de los suyos a lo largo de cinco siglos de historia isleña; hábitos, tradiciones, costumbres, el carácter y el sentir de una isla que de nuevo puede verse reflejado en muchos de las magníficos nacimientos que vuelven a engalanar el paisaje del alma isleña cada Navidad en Gran Canaria, en Las Palmas de Gran Canaria, pero también en Telde, en Teror, en Arucás, Guía y Gáldar, en Moya y en Agaete, donde los belenistas en amplios espacios públicos, o en la intimidad del hogar, retoman floreciente esta honda tradición isleña, que ellos mismos, como asociación revivirán en una “ruta de los belenes”, en moderna versión de aquel “visiteo” que nos rememoraba Domingo J. Navarro.
Como expresión de lo pregonado, del tiempo de ayer y de hoy, a la vez que felicitación propia de estas fiestas que, en estos días, dan sus primeros pasos del 2009, con hermosas y sugestivas antesalas en la fiestas de la “Caña Dulce” de Jinámar, en la de “Los Labradores” en Los Tirajanas, o la llegada de
la “Reina de la Luz” (que aquí decimos “Lucía Sueca”), los versos de un villancico deben ser siempre el mejor pregón del tiempo de la Navidad en Gran Canaria.

Camino de la Cuevita
van San José y María,
barranca, barranquita,
caminan a prisa que viene el día.

Entre trinos y arrullos
en la cunita cunera,
duerme ya Jesús con los suyos;
¡ay! luna, lunita cascabelera.

Con cuatro pañales y mucho amor,
beletén, gofio y agua en la talla,
los pastorcillos cuidan por La Atalaya
del Niño Dios Redentor.



Gran Canaria, luz de los cielos
campanillas de la mar,
llega la Nochebuena por el Nublo,
que esta noche pregonera, en Vegueta,
ya se canta a la Navidad.

Juan José Laforet.
Casa de Colón. Las Palmas de Gran Canaria
2 de diciembre de 2009.

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